María Vargas: "Con cada añada estamos dejando parte de nuestra historia"
“Cada vez que pruebo un vino histórico, un vino de sesenta, ochenta o cien años, no puedo dejar de preguntarme si los vinos que yo estoy haciendo ahora perdurarán. Si alguien abrirá una botella dentro de un siglo y sentirá el mismo estremecimiento que siento yo ahora”. Esta reflexión resume la esencia de la enóloga María Vargas y la pasión con que desempeña su trabajo al frente de la dirección técnica de Marqués de Murrieta. Lleva vinculada a esta bodega histórica, la primera de Rioja, desde que terminó su formación, y en ella ha crecido hasta lograr reconocimientos como el de ser elegida por Tim Atkin Mejor Enólogo del Año 2017 o el de ver cómo uno de sus vinos obtenía los míticos 100 puntos Parker.
Su historia no puede desligarse de la de Murrieta: “Logré que me admitieran para hacer prácticas cuando aún no tenía ni 24 años. Llegué con toda la energía, la fuerza y la ilusión. Tras las prácticas, conseguí incorporarme y comencé a empaparme de cuanto rodea a una bodega con tantísima historia detrás”. Fueron años, recuerda, maravillosos. Sin presiones ni grandes responsabilidades. “Me dejaron hacer lo que quisiera y, a medida que iba conociendo el viñedo hasta la última cepa, se me iban ocurriendo más y más cosas”.
Ella entonces no lo sabía, pero estaba a prueba. Estaba siendo observada por Vicente Cebrián-Sagarriga, quien tras la repentina muerte de su padre se había tenido que poner al frente de la bodega y estaba dándole vueltas a la idea de llevar a cabo una revolución en Murrieta. Una revolución que respetara el legado de una marca histórica, pero que al mismo tiempo la situara a la vanguardia de los vinos de Rioja. Y, para eso, necesitaba alguien como María Vargas. Joven, con mirada, valiente, capaz. Por eso, cuando aún no tenía 30 años, la nombró directora técnica de la bodega. “Mi primera reacción fue negarme: ‘Ni de broma, os ayudo a lo que queráis, pero no quiero asumir la responsabilidad de una bodega con 150 años de historia’. Eso fue en 2000… y aquí sigo”.
Herencia y evolución
Fue un ‘choque de trenes’, recuerda. “Por una parte, yo me había formado con los vinos parkerizados, potentes, super estructurados… Murrieta no tenía nada que ver con eso, pero, al mismo tiempo, eran unos vinos de locura. Una maravilla. De ahí la gran dificultad que suponía empezar a tocar cosas: ¿qué debía cambiar y qué debía mantener? ¿cómo construir cuando todos los mimbres están tan bien hechos? ¿cómo hacer la transformación sin perder el respeto y la esencia, logrando al mismo tiempo que avance?”.
Se trataba de probar, imaginar, desechar… De restaurar el equilibrio: “Ahora tenemos un equilibrio maravilloso entre el equipo, la bodega, las instalaciones, los vinos… Pero en aquel momento no era así”. Y de recuperar la identidad. “Murrieta es una bodega que constantemente busca su alma, que siempre busca su personalidad. Y su identidad no puede ser sino su finca Ygay: el viñedo es lo que nos diferencia, y estaba claro que era eso lo que debíamos potenciar. Si tenemos una finca de 300 hectáreas, la fruta tiene que salir por los cuatro costados”.
"Murrieta es una bodega que constantemente busca su alma, su personalidad. Y su identidad no puede ser sino su finca Ygay"
Y sí, en una época en la que primaba la madera, Vargas recordó lo más básico de todo: que el vino es la fermentación de la fruta. Y había que mostrarla, incluso en un gran reserva como Castillo Ygay. “No podíamos dejar que la barrica fuera protagonista; teníamos que aportar fruta y finura, sacar de ese vino una actitud provocadora, cambiante, con tanta potencia como elegancia”.
Así, con un enorme respeto pero con pulso firme, se fueron actualizando los distintos vinos de la bodega. Fueron cambios sutiles, apenas perceptibles, “moviéndonos como si fuéramos un reloj suizo, llegando adonde queríamos llegar, pero sin brusquedad”. En realidad, explica, es un trabajo “que no acaba nunca. Jamás terminas de actualizar un vino, siempre estarás pendiente de sus virtudes y defectos. Siempre tendrás que cambiar y avanzar, porque también la sociedad cambia y te pide esa evolución. Y, además, si conocemos mejor el viñedo y tenemos cada vez mejores herramientas, tendremos que hacer mejor las cosas. Porque hay algo que no me cansaré de agradecer: cada vez que yo he pedido algo, cada vez que he solicitado una nueva herramienta, la he tenido. Nunca me han dicho que espere, que no es el momento. He podido hacer y deshacer y contar siempre con todos los recursos que necesitaba”.
La familia crece
La revolución soñada por Vicente Cebrián-Sagarriga no se limitaba a actualizar los clásicos. No bastaba con reequilibrar Capellanía, Murrieta o Castillo, sino que había que mostrar el grado de compromiso de la nueva gerencia. “Éramos un equipo de gente muy joven y se nos tomaba en serio... relativamente. Pero Vicente quiso decir ‘aquí estoy yo, y esto va tan en serio que voy a sacar un vino’. E hicimos Dalmau, un vino que ha recibido innumerables premios”.
Después, un juguete muy serio: el primer rosado de Murrieta. “Quisimos hacer un rosado valiente, capaz de mirar a la cara a sus hermanos. Que se le respete, que tenga la calidad para medirse en una misma cata a Castillo Ygay. Tardamos muchos años en buscarle esa alma, esa personalidad, que pudiera decir ‘soy un Marqués de Murrieta y, por tanto, soy longevo en el tiempo, elegante, me sigo desarrollando en botella'”.
Habla Vargas de ‘los hermanos’ de este rosado y así ve a los distintos vinos que conforman la marca. “Es algo que siempre debes tener muy presente. Es muy raro que yo haga un pequeño cambio en un vino y no piense en cómo puede afectar ese cambio a los demás, si de alguna manera puede solaparlos. Porque todos tienen un cordón umbilical que les une, son hermanos. Pero, aunque todos vayan unidos con ese mismo aire de familia, cada uno de ellos necesita su tiempo, su espacio, sus matices, su momento”.
La hora del reconocimiento
También ella ha tenido sus momentos. Momentos tremendamente dulces, como cuando Tim Atkin la nombró Mejor Enólogo del Año 2017. “Sin duda lo viví con una enorme ilusión y orgullo. Lo esencial, en cualquier caso, es el reconocimiento externo de que lo estamos haciendo bien. Es lo que más me llena, porque es un premio para todo el equipo, nos dice que este es el camino. Hay veces en que nos cansamos, o llegamos a dudar de si estamos locos, nos planteamos si de verdad es necesario tener unos estándares tan elevados… Y esto nos da una bocanada enorme de aire fresco”.
"He aprendido que lo más importante es la calma. Y en vinos con tanta personalidad, déjales que marquen. Que te sigan enseñando"
Como también fue una enorme bocanada de aire fresco la concesión de los 100 puntos de Robert Parker a Castillo Ygay Blanco Gran Reserva Especial 1986. “¡Cien puntos para un vino blanco! Fue increíble. Era un vino maravilloso y no sabíamos muy bien qué hacer con él. Decidimos esperar mucho tiempo, muchos años, dejarle que marcara, con el riesgo de que al año siguiente hubiera perdido calidad. Pero yo he aprendido que lo más importante es la calma. Dar tiempo. Si no lo estás viendo, no tomes decisiones. Y en vinos con tantísima personalidad, déjales que marquen. Que te sigan enseñando”.
Porque de eso se trata, de seguir aprendiendo. “No solo crecen nuestros vinos, también nosotros hemos crecido junto a ellos. Ha habido magia, hemos sido un equipo que, pese a la impaciencia de la juventud, hemos tenido muchas cosas en común para poner en marca el proyecto y definir criterios sin presiones. Y con cada añada que ponemos en el mercado estamos dejando parte de nuestra historia. Aquello que has creado, en lo que has creído”.
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