Mascarillas en las playas y en el campo: motivos para imponer (o no) su uso
He quedado con mi amigo Carlos para ir a la montaña a escalar; hacía tiempo que no nos veíamos y los dos teníamos ganas. Durante un rato estuvimos decidiendo las vías y el material que debíamos llevar, cuando de manera inocente, me preguntó: ¿Necesitamos llevar mascarilla al campo? Duda razonable No me extrañó la pregunta. El 31 de marzo entró en vigor la Ley 2/2021 que recoge que las personas mayores de 6 años quedan obligadas al uso de mascarillas en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público, así como en los medios de transporte, es decir, en todos los lugares y circunstancias. Eso incluye el campo y la playa, el metro y un barco. Este endurecimiento de la norma anterior ha generado un gran revuelo e incertidumbre. Por un lado, por la contradicción que supone la imposición del uso obligatorio de la mascarilla en todo momento en espacios públicos abiertos, permitiendo excepciones al entrar en un restaurante o un bar. Y, por otro, por la falta de consenso previo a la norma entre las comunidades autónomas, sobre todo aquellas con gran superficie costera. ¡Pues claro! –se me ocurre decir–. No te preocupes, cuando nos veamos te explico el por qué. Y así fue como, mientras terminaba de caer la sombra sobre la pared que pretendíamos escalar, me encontré dando toda una perorata en mitad de la montaña sobre por qué le había respondido sí tan rápidamente. Un retrato robot del “enemigo” Desde el principio de la pandemia hemos puesto todo nuestro afán en averiguar cómo se transmite el SARS-CoV-2 entre nosotros. La evidencia científica acumulada hasta el momento indica que el SARS-CoV-2 puede transmitirse de persona a persona por diferentes vías, aunque señalan como la principal la transmisión aérea. Es más, actualmente el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades advierte de la escasa capacidad de propagación por el contacto con superficies inanimadas contaminadas. La propagación se produciría por la inhalación de las gotículas y aerosoles respiratorios emitidos por un enfermo. Y esas gotículas y aerosoles deben llegar hasta las vías respiratorias superiores e inferiores de una persona susceptible, depositándose en la mucosa del tracto respiratorio. Mientras que el tamaño de las gotículas (mayor de 300 micras de diámetro) provoca su caída rápida al suelo, los aerosoles, de un diámetro diez veces menor que un cabello (menores de 100 micras de diámetro), pueden permanecer en suspensión en el aire durante horas. Concretamente pueden portar ARN de virus viable al menos hasta 3 horas, lo que facilita la propagación del virus. El riesgo de transmisión viene determinado por el incremento de producción y concentración de gotículas y aerosoles contaminados, y por la permanencia de las partículas del virus en el aire en ambientes no ventilados. Por eso el riesgo se multiplica si se realizan actividades que aumenten la generación de aerosoles, como hacer ejercicio físico, hablar alto, gritar o cantar. Sobre todo en entornos cerrados y concurridos, especialmente mal ventilados, que no permiten diluir los aerosoles. Sin olvidar el peligro de las distancias cortas, donde además contactamos con las gotículas. Las mascarillas nos salvan Mientras no dispongamos de soluciones definitivas, le voy comentando a Carlos –que me mira incrédulo por estar escuchando un resumen de la pandemia a pie de vía de escalada– que la disminución del riesgo de contagio exige reducir la concentración de aerosoles y reducir el tiempo de exposición a los mismos. Medidas como la higiene de manos, el distanciamiento social, la ventilación de los espacios y el uso de las mascarillas son medidas de eficacia demostrada. Las mascarillas son útiles en la protección contra la transmisión del virus de dos formas. Por un lado, filtran el aire exhalado, reduciendo el riesgo de exposición para los demás. Pero también reducen la velocidad del aire exhalado, reduciendo la distancia de transporte de las gotas. Actualmente, la mayoría de la población nos hemos convertido en unos expertos en diferenciar los diferente tipos de mascarillas (higiénicas, quirúrgicas, FPP2, FPP3..), sus niveles de protección (65%,95%, 98%..) y las diferentes normas UNE. Pero este conocimiento también hace que seamos cada vez más críticos y escépticos con las normas que puedan contradecir lo que sabemos. Nos chirrían las incongruencias, y eso se nota en la calle. Obligatoriedad coherente con la necesidad Volviendo a la pregunta inicial, ¿es necesario usar mascarillas en el campo, la playa o la piscina? El Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud y las Comunidades Autónomas, así como los científicos de primera línea, no se ponen de acuerdo en si es beneficioso el uso de la mascarilla en todos los sitios –exteriores también– con independencia la actividad realizada. ¿Por qué se ha de usar mascarilla en la playa mientras una toma el sol a solas en la toalla y, sin embargo, podemos retirarla para comer en un restaurante con amigos?, se preguntan algunos. Otros, apoyan la imposición del uso de la mascarilla en todas circunstancias, argumentando que el riesgo de transmisión del virus es el mismo si camino por el paseo marítimo que si lo hago por la orilla del mar. Parece lógico pensar que las mascarillas no protegen más por llevarlas todo el tiempo puestas y en todos los lugares. Su obligatoriedad debe ser coherente con la necesidad. En ese sentido, los estudios publicados hasta el momento señalan que la mascarilla es necesaria (y útil) cuando no se puede asegurar la distancia de seguridad interpersonal de, al menos, 1,5 metros. Eso excluye tomar el sol en un lugar estático y respetando la distancia de seguridad. Además de que, al aire libre, el virus tiene menor capacidad de transmisión. Aunque este argumento sigue sin aclarar por qué sí es lógico imponer su uso caminando por un paseo marítimo y no cuando se camina por la arena. Todas estas dudas razonables, sumadas al descontento de las comunidades autónomas en términos socioeconómicos, llevó al Ministerio a una “suavización” de la norma, solo una semana más tarde, con un nuevo texto elaborado en el seno del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud La flexibilización de la norma recoge ahora el permiso para no usar mascarilla en periodos de descanso, de baja producción de aerosoles, en los que se pueda mantener la distancia interpersonal. La obligatoriedad se mantiene si las personas están en movimiento. Este texto ha obtenido un mayor nivel de acuerdo entre las CCAA. En la nueva norma conviven el criterio de necesidad para prevenir contagios, que justifica su uso en cualquier “entorno natural” siempre que no se pueda asegurar una distancia de seguridad, con el criterio que justifica su no uso. Las dudas se despejan. Es necesaria para todos los paseos, para la realización de ejercicio y cualquier actividad excepto para las incompatibles con su uso, como bañarse o comer. En definitiva, no podemos quitárnosla para mojarnos los pies en la orilla. Entonces, ¿es necesario llevar mascarilla en espacios abiertos? A pesar de que hay que cumplir estrictamente con las normas establecidas para una convivencia social correcta, también debemos de ser capaces de ver que, a la hora de legislar de manera colectiva, la generalización puede conducir a errores. Cuando surgen excepciones –casos en los que la aplicación de la norma general parece ridícula o en contra de la sensatez–, debemos guiarnos por la lógica individual. Así que, amigo Carlos, ¡el problema es que hay veces que no usamos la lógica! A tu pregunta sobre si nos ponemos o quitamos la mascarilla, he respondido con otra pregunta: ¿es bueno llevar la mascarilla en todos los lugares y en todos los momentos? No hay una respuesta universal. Será bueno si es necesario llevarla, y será malo –o incluso contraproducente– cuando resulte innecesario su uso. De momento, vamos a colocarnos bien la mascarilla, que estamos a menos de metro y medio y no somos convivientes. Pero, sobre todo, coge la cuerda y asegúrame para que no me caiga, que subo a escalar. Publicado originalmente en THE CONVERSATION.ES Jorge Caballero Huerga y Ana Vázquez Casares Profesor. Departamento de Enfermería y Fisioterapia. Especialización: Enfermería de urgencias. Competencias en Enfermería, Universidad de León Colaborador en investigación. Enfermero y Antropólogo. Experto en Traumatología y Enfermería Laboral., Universidad de León
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