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Las maravillosas maravillas de Egipto

Escribir a orillas del Nilo, con la mejor vista del Cairo desde el piso 20 del Hotel Intercontinental Semiramis, es mucho más fácil describir el panorama. El sol cae temprano en esta época del año (a las cinco de la tarde), pero la ciudad no duerme nunca y hasta el Nilo se ilumina con las luces de los barcos o los autos que cruzan el largo puente, al compás de los bocinazos que no paran de sonar. El tráfico es una de las primeras maravillas que sorprenden, donde sobra gente con 100 millones de habitantes y más de un auto por familia, solo faltan los semáforos. Cruzar las avenidas se torna una aventura al estilo Indiana Jones sin el Arca Perdida, como si hubiera que bailar entre los autos, para llegar del otro lado, en una perfecta coreografía que solo los egipcios locales supieron perfeccionar (incluyendo madres con bebés a cuestas, que ni Hollywood pudo imaginar una escena donde ellas cruzan la calle dividiendo el tráfico de autos, como Moisés dividió las aguas).

Como la única estructura en pie que queda de las Siete Maravillas del Anciano Mundo, las pirámides de Keops, Kefren y Micerino son realmente la mayor atracción de Egipto (en realidad hay más de 100 pirámides, pero nada se comparan con estas tres). Tampoco quedan tan lejos, apenas a 20km del centro del Cairo, en Guiza. Pero el viaje resulta interesante con solo ver el estilo de vida de algún carro tirado por burros que no pasa desapercibido entre tantos autos viejos que aparecen como un estilo moderno de joyas arqueológicas de varios Fiat 128 modelo ‘85. Menos de una hora más tarde, la cima de las pirámides se asoman por encima de los edificios modernos que muy poco tienen que ver con la perfecta arquitectura de la dinastía de los faraones. La seguridad policial en la entrada, atrincherada detrás de una pared móvil antibalas, aleja la peor intención del ambiente terrorista del Medio Oriente y hasta la escolta que nos acompañaba en nuestro viaje escondía debajo del traje una verdadera ametralladora en miniatura (No, no es broma). Todo el escenario parece una película de ficción, un thriller de acción que continúa hasta llegar a la realidad de la entrada principal, tan parecida a la entrada de Universal Studios o Disneylandia (más deteriorado, claro) con la típica boletería del mundo occidental que cobra 500 libras egipcias para permitir cruzar la máquina del tiempo a las milenarias pirámides. Es difícil imaginar a Ramsés cobrando por entrar a las tumbas, pero hoy se paga aparte la visita por adentro de alguna pirámide (todos los años se alternan entre una y otra, como si los espíritus necesitaran descansar un año entero). Y al menos en esta oportunidad no permitieron sacar fotos adentro (y tampoco me animé por la claustrofobia y falta de oxígeno). La inevitable tentación es querer escalar los enormes bloques de piedra que miden más de un metro, pero está totalmente prohibido y solo hay que conformarse con llegar hasta el acceso de las escaleras en la entrada principal de la pirámide. De todas formas, se disfrutan mucho más desde lejos, como la más original vista panorámica, desde el restaurante que está detrás de la Gran Esfinge de Guiza, con la forma de un león y el rostro del faraón Kefrén (un mito: dicen que la nariz la había destruido un cañón de Napoleón, pero hoy existen documentos anteriores, donde todavía estaba en las mismas condiciones. Eso sí, la barba la tienen los ingleses, expuesta en el Museo Británico de Londres). Los beduinos que venden souvenirs también son parte de la tradición, tratando de entablar cualquier conversación con apenas preguntar de donde venimos, para ‘regalar’ algo que al final será lo que quieren vender por “Deme lo que sea, lo que quiera, dólares o moneda de Egipto” y así venden, por ejemplo, unas estatuillas que no son para nada chicas a un dólar cada una (a mí me colocaron, muy prolijamente y sin pedirlo, un turbante típico que iba perfecto para los selfies con las pirámides). No, no hay ningún casino adentro como en Las Vegas, pero no sería mala idea si hubiese un hotel al lado, porque la verdad, el paisaje es para disfrutarlo durante horas o días, sin ganas de irse.

Lo que realmente falta adentro de las pirámides (sin contar las 50,000 reliquias que hoy están en el Louvre de Francia, desde que Napoleón hizo un ‘tour’ más completito por Egipto) se puede encontrar en pleno centro, en el Museo Egipcio del Cairo que ya cumplió más de 160 años. Es tan antiguo que el museo debería estar adentro de otro museo, pero para el año 2020 piensan estrenar uno nuevo, mucho más cerca de las verdaderas pirámides. La exhibición cuenta con la más grande colección del Antiguo Egipto, con 136.000 piezas que incluyen increíbles papiros y enormes sarcófagos, con una sala especial para las momias (y sí, también cobran aparte, para verlas). Lo mejor es el imperdible espacio donde exponen las gloriosas reliquias de Tutankamon, como el trono de oro, plata y vidrio en madera, que encontraron en la tumba que sobrevivió a los saqueos por estar debajo de otra tumba, en el Valle de los Reyes, en Luxor. Así es como también muestran incluso un cofre con los órganos embalsamados que el faraón pensaba volver a usar en su reencarnación, además de las joyas del ajuar funerario que relucen a la par de la famosa máscara de oro de 11 kilos, en un exclusivo salón donde ni siquiera permiten sacar fotografías (menos que menos selfies). Tienen tanto para mostrar que afuera, desde los vidrios de un restaurante abandonado se pueden ver más paredes de oro que esperan mudar al nuevo museo. Lo que casi nadie sabe: Se puede visitar por la noche, los domingos y jueves de 5:00 pm a 9:00 pm, al estilo de ‘Una Noche en el Museo’, sin Ben Stiller ni faraones que reviven como en el cine.

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Otra visita que vale la pena es recorrer el mercado ‘souk’ Jan el-Jalili o Khan El Khalill, con un estilo de shopping muy particular. Está ubicado en la parte más vieja de la capital, donde solía estar el mausoleo del Califato Fatimí, como parte del Palacio del comandante siciliano Jawhar al-Siqilli que conquistó Egipto y también fundó Cairo. El lugar parece sacado del cuento Las Mil y Una Noches (Lo curioso: en el año 2010 algunos egipcios lograron que se prohibiera aquel libro, durante un tiempo de la década del ’80, por ciertos pasajes que describían ciertos juegos eróticos y soluciones para los problemas de erección, en la versión original que hoy muchos países censuran). Entre las calles más antiguas del lugar, están distribuidos toda clase de comercios con souvenirs y joyas de oro o plata además de increíbles lámparas y alfombras que no son de Aladino, pero se parecen bastante. La verdadera experiencia igual pasa por experimentar la forma de negociar, con los vendedores que ofrecen algún producto por 120 libras egipcias que se pueden ‘regatear’ hasta llegar a 50 (la idea es terminar realmente en un 40% aproximado de la oferta original). Eso sí, ni hay ‘Black Friday’ en la época de Navidad y parece una burla a la idea occidental cuando los carteles con las mejores ofertas africanas, las promocionan como ‘White Friday’, pero en realidad tiene que ver con la importancia del día viernes para la religión musulmana (como el domingo para los católicos) y para no ‘ennegrecer’ un día tan bendecido, lo cambiaron por la pureza del blanco.

Fuera de la capital, apenas es suficiente un día para disfrutar la legendaria Alejandría de Cleopatra, la Ciudad de los Mil Palacios que fundó Alejandro Magno y que siendo una de las siete maravillas del mundo se hundió en el agua por no soportar el peso de tantos templos. Hoy está aprobado el proyecto para un museo subacuático de 22,000 metros cuadrados con más de 2,500 piezas arqueológicas, pero falta un detalle: la inversión de 150,000 millones de euros que cuesta la ‘faraónica’ construcción. Mientras tanto, hay que conformarse con la asombrosa Biblioteca de Alejandría (que albergaba libros de todo el mundo antes del incendio de la conquista de Napoleón); las ruinas del teatro romano cerca del Templo Ptolemic o más momias de Egipto en las Catacumbas de Kom El Shoqafa con la perfecta mezcla romana y griega, influenciada por los faraones. Entre tantas reliquias milenarias, también está el esplendoroso fuerte de Qaitbey que en comparación no parece tan viejo al saber que se construyó en el año 1477, como una defensa egipcia contra el imperio Otomano y terminó convirtiéndose en un museo marítimo, después de la revolución de 1952. La Piedra de Rosetta (Rosetta Stone) que fue la clave para descifrar los jeroglíficos de los antiguos egipcios, había sido descubierta en 1799, en otro fuerte muy cerca de Alejandría, durante la invasión francesa de Napoleón, pero para verla hay que ir hasta el Museo Británico de Londres (si cae mal saberlo, imagínese que sentirán los egipcios que no pueden recuperarla). Aunque suene extraño, más allá de las reliquias históricas, los locales van a la playa... en invierno, cuando las temperaturas no son tan calurosas y el clima es más parecido al verano de otros países. Por eso, la mejor época para visitar Egipto es de noviembre a febrero, cuando las temperaturas varían entre 20 grados de día y 15 de noche en comparación con los 40 grados del verano a la sombra (si se consigue, porque en el desierto no es tan fácil encontrarla). La playa más famosa entre los egipcios se llama Sokna y queda a una hora de Cairo, a orillas del Mar Rojo y hay quienes dicen que es el lugar donde Moisés separó las aguas, aunque el sitio más sagrado todavía es la cima del Monte Sinaí, donde se supone que Moisés recibió las Tablas de los Diez Mandamientos (Habrá que confiar que es cierto porque, después de todo, “No mentirás” es el octavo mandamiento.)

Del otro lado del país, bien al sur, está la ciudad de Asuán donde, casi enterrado y sin terminar, todavía resguardan un impresionante obelisco que se cree que pudo ser la pareja del Obelisco de Kamak que hoy está en Roma. Desde la misma ciudad, salen también cruceros de cuatro noches que terminan en la fabulosa Luxor, que en árabe significa ‘Los Palacios’. Pero en vez de pirámides, ahí enterraban a los faraones, en el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas, donde tuvieron la “suerte’ de descubrir la famosa tumba de Tutankamón y las más famosas maldiciones detrás de los espectaculares tesoros que hoy se exponen en el Museo Egipcio del Cairo (No sé si creer en las maldición, pero al día siguiente de fotografiar la prohibida foto de la máscara de oro de Tutankamon, ¡¡¡a mí me robaron el teléfono celular!!!)

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Nada como alojarse en el hotel Intercontinental.

Una vista del Río Nilo.



Fuente Estilos http://bit.ly/2IhzYEH
via Diario Libre

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